Memoria Epistolar | Espacio Transitorio
Michel Blancsubé.
Ciudad de México, marzo de 2019El uso de la tarjeta postal, todavía muy común hasta hace unos cuarenta años, se volvió patrimonio de un puñado de nostálgicos de aquella época en la que la gente se tomaba el tiempo de escribir y mandar una tarjeta postal para expresar y compartir sus momentos de felicidad. El envío de una tarjeta postal satisface antes que nada el deseo de dar a conocer la alegría que nos recorre en un momento preciso, en un lugar de paso, excepcional de preferencia, al que -por lo regular- jamás regresaremos.
De manera general, podemos resumir aquello que proclaman alto y claro dichos envíos como un "estoy feliz y quiero que lo sepas", y que incluso lo atestigüen todos aquellos por cuyas manos pasará ese pedazo de cartón de más o menos diez por quince centímetros entre el momento de su abandono en el correo y el de su recepción por el destinatario. No se acostumbra enviar tarjetas postales fuera del alcance de la mirada dentro del hueco de un sobre sellado. Todo el mundo puede adquirir conciencia de su contenido y es precisamente lo que Javier Areán hace cuando elige los escritos que se las ingenian para describir por el reverso lo que el anverso representa. Un buen número de estos textos cortos deploran la ausencia del destinatario cuya presencia aumentaría, según el remitente, la alegría: el famoso "¡sólo faltas tú!".
Los veinte dípticos presentados por el artista están compuestos por la parte epistolar original de la tarjeta postal, dispuesta bajo la reproducción pintada del paisaje fotográfico oculto. Aparte de la estética de ex-voto del dispositivo de exposición adoptado por Areán, es legítimo ver estos pequeños perímetros fotográficos reconquistados por la pintura que, a finales del siglo XIX y principios del XX, tuvo que reinventarse luego de la aparición de la susodicha fotografía.